La palabra ansiedad se comprende como un sentimiento de miedo y aprensión difuso que se torna muy desagradable. Por lo general, las personas que tienden a experimentarla con más frecuencia se preocupan mucho, sobre todo por los posibles “peligros desconocidos” (“algo malo va a pasar”).
Sin embargo, a pesar de lo desagradable, la ansiedad puede ser adaptativa si el malestar que la acompaña motiva a las personas a aprender nuevas formas de enfrentar los retos de la vida. No obstante, ya sea adaptativa o desadaptativa, el malestar puede ser intenso. Y es ante esta intensidad de los síntomas de ansiedad que las personas utilizan estrategias de afrontamiento como la evitación.
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“Mientras se pueda evitar el objeto o situación temidos, la ansiedad no alcanzará proporciones alarmantes”, pero tampoco, la persona podrá enfrentar el estímulo generador de ansiedad y de esta forma conocer mejores maneras para manejarlo o cuestionar su supuesta peligrosidad.
Ejemplo: Dejar de visitar las plazas por temor a que las personas me juzguen o critiquen. O, preferir quedarme en casa a tener que montarme en un vehículo porque pienso que me puedo accidentar.
Si bien el malestar que puede producir la ansiedad justifica, hasta cierto punto, la evitación. Si esta pasa a ser exagerada, por cambiar la rutina cotidiana del individuo, podríamos estar ante la aparición de una fobia.
¿Sueles evitar alguna situación, lugares o personas? ¿Esto llega a hacerte sentir tan ansioso que prefieres evitarlo? En caso de estar experimentando altos niveles de ansiedad o que sientas que estas utilizando la evitación de manera descontrolada, siempre es buena opción consultar a un profesional de la salud mental.
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Fuente: Irwing Sarason y Barbara Sarason (2006: 237), Psicopatología, PEARSON.